La amenaza surge de la conjunción de dos fenómenos que se retroalimentan: la entrada en recesión de las economías más importantes y la elevada desconfianza que sigue manteniéndose entre los bancos. La resultante de esa combinación está provocando que un indicador poco conocido, el Índice Báltico Seco (Baltic Dry Index, en inglés) haya tenido desde el pasado mes de mayo una caída del 95% que lo ha llevado a su nivel más bajo desde 1986.
El Índice Báltico mide la evolución de lo que cuesta el transporte por mar de las materias primas más importantes, desde mineral de hierro o materiales de construcción hasta las agrícolas trigo, algodón, soja o café. En definitiva, el precio de los fletes de una flota mercante que hasta mediados de este año parecía insuficiente y que, en estos momentos, resulta excedentaria y con una capacidad sin utilizar muy elevada.
Se considera que este índice (elaborado por la Bolsa Báltica de Londres, que empezara a funcionar en su café báltico hace casi tres siglos) es uno de los mejores barómetros que existen para medir la marcha de la economía mundial, al ser la actividad económica el principal determinante de la demanda de los servicios de transporte, a la vez que se le tiene por muy por fiable por carecer de contenido especulativo.
De ahí que sea tan alarmante la fortísima reducción que ha experimentado en los últimos meses tras haber hecho los precios de los fletes un doble máximo en diciembre de 2007 y en mayo de 2008, unas fechas que, vistas en perspectiva, parecen clave, puesto que en la primera se alcanzaba el punto más elevado del ciclo alcista de la economía estadounidense y en la segunda ya se estaba iniciando el pinchazo de la burbuja de las materias primas [el índice CRB de Reuters, que mide la evolución conjunta de sus precios, no marcaría su nivel máximo hasta un mes más tarde, el 2 de julio]. La explicación de la caída del Índice Báltico tiene una componente real que es la menor demanda de transporte, al caer el consumo de las materias primas, y otra financiera, por la conocida desconfianza a prestarse entre los bancos, algo que ha llevado a que la emisión de cartas de crédito (o crédito documentario) se esté encontrando con enormes dificultades; en suma, para que se haya frenado la financiación del comercio exterior.
Hay que tener en cuenta que la carta de crédito es lo que permite al exportador tener garantizado el cobro de su mercancía al llegar ésta al puerto de destino, y para ello tiene que haber una relación de confianza entre el banco del exportador y el del importador, de modo que el segundo emita esa carta de cobro y el primero la acepte.
Ni que decir tiene que una caída tan fuerte del precio de los fletes ha provocado que buena parte del transporte por mar se esté realizando con pérdida, algo que las compañías del sector no podrán soportar de manera indefinida (de hecho, algunas están al borde de la quiebra), contribuyendo de esa forma con un tercer factor negativo a una conjunción astral ya de por sí bastante complicada.
Sin embargo, los datos que manejan los organismos internacionales no hablan de una situación tan alarmante: una nota reciente de la Organización Mundial del Comercio (OMC) habla de que el ritmo de crecimiento del comercio internacional de mercancías se redujo desde el 8,5% de 2006 al 6% en 2007 por causa de la caída de las importaciones en Estados Unidos, Europa y Japón. Aunque hay que recordar que las estadísticas elaboradas por estos organismos oficiales recogen información tan atrasada que es difícilmente comparable con las malas expectativas que el índice augura.
Otras organizaciones están elaborando también previsiones pesimistas, pero no de grado tan alarmante como el que están mostrando las anticipadas por el Índice Báltico. Así, desde el Acuerdo Transpacífico de Estabilización se reconoce que el transporte de contenedores en las líneas marítimas que cruzan ese océano ha estado cayendo durante 2008 y apunta a una reducción del 8% para el conjunto del año (a la vez, estima que se mantendrá constante en 2009). Por su parte, el volumen de las importaciones en los países del G-7 cayó un 1,4% en el segundo trimestre de este año (manteniendo el 0,3% de crecimiento en tasa interanual).
La pregunta es si la caída del Índice Báltico está anunciando un frenazo de características catastróficas (durante la Gran Depresión de 1930-1933 se produjo una caída del 65% en las importaciones de un grupo de 75 países) o algo más fácil de superar.
Desde luego, la magnitud de la caída no augura nada bueno, ya que en ninguna de las dos recesiones de los últimos 25 años había sobrepasado el 50% de pérdida. Además, en términos chartistas, hay un elemento alarmante más, y es el doble máximo que ha hecho en el primer semestre de 2008.
Sin embargo, el índice tiene unas características de volatilidad tan acusadas que también crea falsas alarmas, algunas muy notables, como las de 1995 y 1996, en las que retrocedió casi el 60%, o la más reciente de 2005, en la que tuvo una caída del 70%, sin que en ningún caso se produjera un retroceso económico.
En conclusión, más parece que el Índice Báltico esté apuntando a un largo periodo de estancamiento punteado por una o varias recesiones del tipo de las tres que se produjeron en la economía estadounidense entre 1973 y 1983. De hecho, el dato de que el precio de las materias primas y de su transporte por mar siguiera creciendo durante el primer semestre de este año, cuando ya la economía de Estados Unidos estaba en recesión, parece recalcar la situación que se produjo al comienzo de ese largo periodo (algo que ha confundido a los bancos centrales, erróneamente preocupados a comienzos de este año por la inflación). Aunque el estrangulamiento del crédito recuerda más la situación vivida al final de este mismo decenio.
En aquellos años, el comercio internacional se desaceleró desde ritmos medios de crecimiento anual del 8,5% hasta otros mucho más modestos del 1%. Que muy probablemente es lo que va a suceder ahora, aunque el Índice Báltico esté ahí recordándonos, de momento, que podría ser mucho peor.